Historia de una gallina

ESTA HISTORIA que vais a leer me la contó una gallina a la que liberé de un ponedero de huevos de batería. A la pobre la tenían encerrada en una jaula, conectada a una batería eléctrica con las luces encendidas las veinticuatro horas del día. Eso lo hacían con la intención de engañarla, para que no se durmiera y pusiera huevos y huevos sin parar. Esa gallina no estaba sola en el ponedero: cientos de ellas, a su lado, ponían un huevo tras otro sin rechistar, cacareando historias extraordinarias que solo las gallinas iniciadas conocen.

 

Yo lo sabía. Había oído decir que los mejores cuentos proceden de las gallinas de ponedero, que cacarean una historia tras otra para combatir el terrible aburrimiento que pesa sobre ellas y las inhumanas condiciones a las que se ven sometidas. Aunque sus huevos sean de menor calidad que los de las gallinas de corral o las gallinas biológicas, sus historias son mejores.

 

Cuando abrí la jaula y tomé a la gallina entre mis manos, sentí que su cuerpo menudo se revolvía.

 

—¡Un momento, un momento...! ¿Qué piensas hacer conmigo?

 

—Voy a sacarte de aquí.

 

—¿Ha llegado ya mi hora? ¿Voy a servir de alimento a tu bárbara especie?

 

—No. Sólo pretendo liberarte.

 

—¿A mí sola? —se extrañó.

 

—No puedo liberarlas a todas —le respondí bajando el tono de voz—. Porque armarían tanto escándalo que acabarían por atraparlas de nuevo. En cambio, si falta una sola no lo notarán.

 

—Eso parece razonable. ¿Y por qué vas a liberarme, precisamente a mí?

 

—Te he elegido por tu bonita cresta ondulada —dije adulándola—. He visto crestas como almohadillas, otras parecen una procesión de guisantes enterrados en la cabeza. Aunque la mayoría tiene una cresta aceptable de cuatro picos, no hay una sola gallina en todo el ponedero con una doble cresta ondulada como la tuya.

 

—Eso es cierto —se pavoneó orgullosa—. El motivo es que pertenezco a un selecto linaje de gallinas. El más antiguo y el único que es capaz de comunicarse con los árboles, a los que salvamos de la extinción hace mucho, mucho tiempo.

 

—¿Las gallinas evitasteis que los árboles desaparecieran?

 

—Como lo oyes. Pero no sirvió de nada, porque es una especie con demasiados pájaros en la cabeza —ahí se encontraba el principio de una historia fabulosa que la gallina estaba deseando contar. Sin embargo se paró. Me miró con la sombra de una sospecha en sus ojillos y preguntó—. ¿Y qué quieres a cambio? Porque se que los humanos sólo hacéis algo cuando esperáis obtener un beneficio.

 

Me sonrojé porque la gallina había adivinado que mis intenciones no eran del todo desinteresadas.

 

—Bueno, yo sólo quiero una historia. Soy escritor, ¿sabes? Y estoy pasando un mal momento. Si tú me contaras...

 

La gallina hizo un gesto con el ala, dando a entender que había comprendido y que no necesitaba más explicaciones. Después de meditar unos segundos, dijo:

 

—Está bien, acepto —la gallina levantó una de sus magníficas patas de cuatro dedos y señalándome con uno de ellos añadió—. Pero tendrás que aceptar una condición.

 

—Naturalmente. ¿Qué es lo que quieres?

 

—Que cuando termine de contarte mi historia me dejes en un gallinero donde pueda picotear en libertad. Un gallinero de huevos orgánicos.

 

—De acuerdo. Conozco una granja, donde yo mismo compro los huevos. Las gallinas no están encerradas. Disfrutan de la luz del sol, escarbando en busca de gusanos y semillas. Y por la noche, cuando todo está oscuro, pueden dormir.

 

—Increíble —dijo la gallina emocionada—. Sácame de aquí y te contaré una historia.

 

 

Con ambas manos saqué la gallina de la jaula y la introduje en el interior de mi abultado anorak. Después cerré la cremallera. Salí del ponedero por una puertecilla trasera que comunicaba con un pequeño almacén de piensos. Ayudándome de unas cajas escalé hasta una ventana, por la que salté al exterior. Una vez en el campo, eché a correr hasta la moto que aguardaba bajo un roble y escapé como el rayo hasta mi casa.

 

Durante el trayecto, la gallina no dijo ni pío. No se quejó ni una sola vez. Cuando llegamos a mi casa, después de preparar una taza de café para mí y un bol de galletas con leche para la gallina, le pregunté sin poder contener la ansiedad.

 

—¿Cómo se llama tu historia?

 

—Para nosotras es «La historia de como se formaron los bosques», pero tú puedes llamarla como quieras.

 

Conecté el ordenador y me senté impaciente con las manos sobre el teclado. La gallina, después de picotear un poco de leche de soja con galletas, comenzó a contar...

 

 

 

  • Colección: Caracolt
  • Autor: Rafael Estrada
  • Ilustrador: J. Requena / R. Estrada
  • Nº páginas: 125
  • ISBN-13: 978-1718044647
  • Encuadernación: Rústica
  • Primera edición: Espasa-Calpe
  • Publicado en Corea
  • Traducido al inglés
  • Traducido al italiano
  • Traducido al portugués
  • Traducido al francés