Mundocole

El curso había terminado. Era la hora del desayuno y todos estábamos nerviosos, esperando que apareciera Donpadre con los resultados de los exámenes. Aunque teníamos la puntuación de los controles mensuales y podíamos calcular la media, era prácticamente imposible acertar las notas; las asignaturas Habitación Ordenada y Control Modales dependían exclusivamente de las observaciones y los datos que Body, el robot familiar, recopilaba con sus sensores.

 

Efemarta, mi hermana pequeña, casi había terminado sus copos Vitament con sucedáneo de leche. Derrubén sonreía, observando a la pequeña llena de churretes, porque sabía que Body tendría que cambiarle la ropa antes de conectarla a la Guardería. Como aún no había cumplido dos años, el robot no podía reprenderla; tampoco podía emitir ningún juicio sobre su comportamiento desordenado, en los informes que transmitía a la Base de Datos y Evaluaciones de la APA.

 

Doñamadre miraba por la ventana, inspeccionando las nubes y la dirección del viento. Era la meteoróloga del edificio y debía preparar un informe diario sobre las precipitaciones atmosféricas, con el fin de que a los vecinos no los sorprendiera la lluvia ácida. La niebla industrial cubría la parte baja de los edificios; esa mañana la contaminación era tan densa que las flotimotos aparecían de repente, como surgidas de un sueño. Algunas veces, cuando en la tele no había Programas Recomendados o Ejercicios Colepuntuables, Doñamadre y yo nos sentábamos a adivinar la marca de los gloches y las flotimotos, antes de que surgieran de la niebla. Casi siempre ganaba yo, aunque sabía que era porque ella me dejaba.

 

Donpadre tardaba demasiado y sólo faltaba media hora para que comenzaran las Noticias Obligatorias. Era una gran responsabilidad otorgar las notas a tu propia familia, porque de ellas dependía que la todopoderosa APA nos concediera las vacaciones. Por fin, oímos una tos ronca y en ese momento apareció Donpadre seguido por su aerocosa. Vestía un traje de ondas morado, de los que no se manchan; no todo el mundo puede llevarlos, porque si tienes la piel muy sensible se te pone la carne de gallina o te sale sarpullido y eso no queda elegante. Donpadre hizo el signo de la multiplicación y todos recitamos la tabla del siete.

 

—Notas —dijo activando su silla, que se materializó en el aire como por arte de magia; la aerocosa emitió un zumbido, se colocó en el centro de la mesa, encima del bote de Cafetrés, y quedó flotando con la pantalla encendida.

 

Todos activamos nuestras sillas y nos sentamos, a excepción de Efemarta que hizo todo lo contrario. Cuando vimos que Donpadre se llevaba la cuchara a la boca empezamos a desayunar.

 

La aerocosa parecía un abejorro procesando los datos, porque al recuperar la información del disco duro, una lucecita amarilla parpadeaba y daba la impresión de que te guiñaba un ojo.

 

—Efemarta Errequena —dijo con su voz zumbona—: Eximida.

 

Efemarta intentó cogerla soltando una risita, pero la aerocosa la esquivó sin demasiados problemas. Le sacó la lengua y se le cayeron de la boca algunos copos; después, golpeó con la cuchara sobre la leche derramada, salpicándonos a todos.

 

Body se movió nervioso a su alrededor, para que Donpadre viera que realmente se preocupaba.

 

—Derrubén Errequena —continuó la aerocosa—: Nota media Insuficiente...

A Derrubén le cambió la cara. Aunque ya suponía que la nota no iba a ser alta, estaba convencido de que había mejorado en Habitación Ordenada y Control Modales y esperaba como mínimo un Suficiente. Llevaba un año de retraso y era casi seguro que pasaría sus vacaciones en Tristelandia recuperando puntos. Le lanzó una mirada furiosa al robot. Conocía bien a mi hermano y sabía que le hacía responsable; también sabía que empezaría a maquinar la forma de vengarse de Body.

 

—Tresabel Errequena: Nota media Notable Plus...

 

Eso era más de lo que yo esperaba. Acababa de cumplir quince años, y esa nota me daba opción a elegir mi primer trabajo y a estrenar los pendientes auriculares que hasta ese momento había tenido que ponerme a escondidas. Lo sentí por Derrubén, porque últimamente se esforzaba en mantener ordenadas sus cosas, aunque siempre descontrolaba cuando no debía.

 

—¡Ese gilituercas me tiene manía! —se quejó señalando a Body.

 

—Sabes muy bien que un robot no puede mentir —le reprendió Donpadre—. Eres el único responsable de tus notas, Derrubén. Acéptalas sin gimoteos.

 

—Sólo cumplo con mi programa... —se justificó el robot, alejándose de mi hermano.

 

—Cualquier día te colaré un virus, chatarra, y elegiré el que más duela.

 

Se oyó un chirrido en el interior del robot y la mandíbula cliqueteó; cuando se marchó hacia la cocina iba dando bandazos, con los circuitos sobrecargados.

Vimos un destello en los ojos de Donpadre: llevaba puestas las lentillas látigo. Derrubén pegó un brinco.

 

—¡¡AYYY...!!

 

—Derrubén, cuando termines el desayuno ordena tu habitación y ponte a estudiar. 

 

—Está bien, Donpadre.

 

Mi hermano se levantó hecho una furia, derramando la taza de Plasticao, y se largó llorando sin desactivar su silla.

 

—¡Con ese carácter acabarás en Plutón! —le reprendió Donpadre.

 

—Todavía es un niño —intercedió Doñamadre—. Debes tener paciencia con él.

En ese momento la telepared se encendió; el logotipo N.O. empezó a destellar con colores dorados y la cuadrafonía inundó la sala:

 

— «Noticias Obligatorias del Canal de la APA» —dijo la presentadora con su mejor sonrisa— «Felicitamos a todos los estudiantes que han conseguido...»

 

Donpadre se sentó en el sillón, graduando la iluminación de la sala e ignorándonos por completo, ya que tenía que escuchar atentamente las noticias para plantear estrategias en la reunión de vecinos. Doñamadre miró una vez más por la ventana y se fue a su despacho a teclear el informe meteorológico del día para la red de la Comunidad.

 

Terminamos el desayuno. Antes de conectarme al ordenador pasé por la habitación de mi hermano, que se encontraba inclinado sobre su escritorio, discutiendo con su blápiz.

 

—Hola, Derrubén, ¿qué haces?

 

—¡Este blápiz alucina! —gritó golpeándolo contra el escritorio— Dice que se escribe moretón además de moratón.

 

—Hazle caso, y si te ponen falta le echas la culpa.

 

Lo arrojó sobre la mesa, contra el cuaderno de presión.

 

—Moretón: m. fam. Moradura de la piel. Equimosis —insistió el blápiz con su voz digital.

 

—No te desanimes, hombre.

 

—Para ti es muy fácil —dijo abatido—. Tú siempre has sacado buenas notas.

 

—Tenemos el manual del programa de Body, y los dos sabemos como debe estar una habitación para la puntúe con un positivo.

 

—Resulta humillante obedecer a un robot —afirmó mirando hacia la ventana.

 

—No seas idiota —le dije—. Los robots únicamente sirven para liberarnos de cargas.

 

—Son los chivatos de la APA —gruñó Derrubén.

 

Le pegué un cogotazo y me puse en guardia, esperando que me lo devolviera, pero en lugar de hacerlo apoyó la cabeza contra el cristal de la ventana, pensativo. Llovía. En las terrazas se desarrollaba una actividad frenética; los vecinos se apresuraban recogiendo la colada y retirando las plantas para que el ácido sulfúrico no las destruyera.

 

—¿Crees que me enviarán a Tristelandia?

 

—Eso depende de ti —estuvimos unos segundos en silencio, observando los gloches zumbar entre los edificios—. Si te mandan a Tristelandia no debes tomártelo como un castigo. Se inteligente y aprovecha esa oportunidad para recuperar la nota.

 

—Zetamiguel estuvo allí el verano pasado y se aburrió de lo lindo. Regresó cambiado, como si hubiera descubierto algún oscuro secreto —acarició el cristal, siguiendo con los dedos el curso de las gotitas—. Dice que es lo peor que le ha pasado en su vida.

 

—Pero aprobó —le agarré por los hombros y me encaré con él—. Derrubén, tú puedes sacar un Suficiente Plus y recuperar, si quieres, el curso que llevas de retraso. Zetamiguel era el más torpe de tu grupo, y tú eres un tipo listo.

 

 

—Pero demasiado soberbio, ¿no es eso?

 

—Veo que empezas a conocerte.

 

—Al final vas a conseguir convencerme. —Sonrió más animado—. ¿Querrás ayudarme?

 

—¡Pues claro! —le di una palmada—. Venga, echamos una partida de protoinsectos y después nos ponemos a estudiar.

 

—Vale.

 

 

 

Reseña de Antonio A. Gómez Yebra: MundoCole 

 

  • Colección: Caracolt
  • Autor: Rafael Estrada
  • Ilustrador: R. Estrada / J. Requena
  • Género: Ciencia Ficción
  • Nº de páginas: 130
  • Tamaño del libro: 12,85 x 19,84
  • ISBN9781973146070
  • Formato: Tapa blanda
  • Traducido al inglés